Cuando yo me inicié en Reiki hace ya muchos años, gracias a la invitación de una amiga, no entendí nada… nunca había oído hablar sobre que somos energía ni de que podíamos percibirlas ni mucho menos de que se podía sanar a través de la imposición de manos. Así que me olvidé de eso como una anécdota más pero debió suceder que esa energía transmitida comenzó a trabajar en mí por su cuenta. Al cabo de algún tiempo volvieron a invitarme y ya sí presté más atención e interés. Repetí el curso de primer nivel y comencé a practicar en mí el ejercicio de auto-sanación. Y ahí sí que resultó ser un punto de partida hacia lo que supondría un cambio radical en mi vida.
Reiki es una herramienta de transformación y su comprensión no pasa por la mente; no puede razonarse pues va mucho más allá la magnitud de su alcance y poder. Por un lado, el maestro de Reiki te brinda el método y la disciplina necesarios para hacer el camino de desarrollo personal. Por otro lado, son las energías que ha transmitido el maestro/a -como Canal de las energías cósmicas- las que van a hacer de impulsoras del despertar de la Conciencia. Y en la medida en que tú estés abierto a ello y fluyas en ellas, en esa medida avanzarás.
Es así como nos vamos a liberar de conductas rígidas. Se hará más fácil crear vínculos nuevos más saludables. Va a ser posible eliminar antiguas impurezas y sanar viejas heridas emocionales. Se van a desarrollar nuestras facultades perceptivas e intuitivas. Vamos a comenzar a poner orden en nuestra vida a todos los niveles de forma fácil.
A lo largo de este proceso, hechos los tres niveles de aprendizaje que te llevan a la conexión con tu maestro interior y de la Fuente de la Verdad Única, consigues un dominio completo de las energías para aplicarlas, dirigirlas y multiplicarlas, siempre con la intención pura de servicio desinteresado para el beneficio de tu Ser y el bien de los demás.