Alguien dijo que no vemos las cosas como son sino como somos. Y en ese -más que ser, ESTAR- es lo que hace que nos vayamos apoltronando, en un arrellanarse en lo cotidiano calmo y tedioso… confiados, sin cuestionarnos demasiadas cosas.
Nos mantiene en pie de forma mecánica la inercia. Y todas nuestras capacidades y potencial innato quedan dormidos en el fondo de nuestro ser.
Nuestra vida se vuelve una rutina y lo rutinario nos lleva inconscientemente a vivir de forma maquinal. El amor, el trabajo y hasta las mismas distracciones los convertimos en actos mecánicos, sin corazón.
Todos los días, por ejemplo, hago sesiones de Reiki a otras personas y normalmente vienen varias veces hasta que conseguimos un desbloqueo y equilibrio de los centros energéticos. Siempre antes de comenzar, invoco y pido ayuda a los ángeles, arcángeles y a los maestros ascendidos y digo para mi interior «Espíritu divino que estás en mí, ilumíname y guíame en esta sesión».
Soy consciente del peligro de caer en la rutina. En el momento en que esto sucediese, que yo no actuase como Canal e invocase desde el corazón, no sucedería nada. Sería todo una pantomima.
Toda situación y acto de nuestra vida debe ser vivida de forma reflexiva y al cien por cien. Esto es lo que garantiza la sinceridad y pureza de intención.
La rutina mata. Apaga las ganas de vivir, la ilusión, la alegría. Extingue la intensidad del amor. Ahoga nuestra naturaleza creativa, llevándonos a la mediocridad.
Aprendamos a ver las cosas desde nuestro corazón expandido y con alas de mariposa….