Mi madre, con casi 90 años de edad y afectada por un Alzheimer avanzado que cada vez le dificulta más expresarse, logró decirme algo ayer cuando le pregunté si estaba contenta de ir de paseo. Me miró largamente y haciendo un gran esfuerzo, acercó su cara para confesarme muy solemne «me importa todo un pito». Y volvió a su mirada «ausente» …
Creo entender el mensaje que me lanzó. Y debo explicarme más y mejor con respecto a mi madre. Es una mujer feliz porque está en paz consigo misma. Siente desde hace mucho tiempo que ya ha cumplido en la vida, habiendo hecho lo que entendió que tenía que hacer.
Sin complicarse la existencia, ha dado siempre lo mejor de sí misma, desde su sencillez y su amor por todos. Ahora, resplandece. No importa se haya olvidado de nombres y parentescos. A estas alturas, ya nada es más importante que cualquier otra cosa; nada afecta y ni por nada ni nadie se siente predilección o necesidad.
Esa des.identificación que algunos confunden con la «pérdida de memoria», es saludable a estas alturas porque lo que sí tiene presente es que es un espíritu eterno que está de tránsito. Lo que sí la alegra es sentir la Presencia divina en ella. Y digo ‘saludable’ en el sentido que al dejar atrás el ‘yo’ ha florecido el Ser.
Le recito sus oraciones y sus ojos se iluminan y suspira dichosa. No importa que ahora ya no pueda ella también decirlas; su aceptación a todas las pruebas que la vida le ha puesto delante es lo que la ha hecho sabia y lo que le ha dado alas para volar alto cuando ella quiera.