En mi mundo astral, mi casa es enteramente de cristal y madera clara. Bajo unos escalones para salir al exterior. Fuera hay un prado enorme de hierba fresca que cubre todas las lomas que hacen pendiente y se pierden en el horizonte. Hay vacas, ovejas y caballos pastando libremente.
Yo me dejo caer y rodar, disfrutando del contacto con la hierba. Y bajo y bajo hasta un pequeño pueblo encajado entre montañas muy apretadas a lo hondo. Por ahí pasa un río que cruzo y sin parar de caminar, empiezo entonces a subir por la ladera de la montaña, por un sendero estrecho al lado de un precipicio.
Subo apoyada en mi bastón, (me veo a mi misma desde arriba) y cuando llego a la cima está allí mi maestro,como cada tarde, esperándome bajo un árbol. Nos saludamos y le digo que deseo sentir la cercanía de la Presencia Divina. Y él me dice dos cosas importantes:
– Primero, cuando dejes de juzgar, sentirás compasión por todos. Es entonces cuando estarás preparada verdaderamente para alcanzar ese estado de pureza. Estar al servicio de los demás es mucho más que un deseo. Irradiarás la Presencia Divina y ella te guiará
Me puso el ejemplo de cómo actuamos cuando nos cubre la niebla. Empezó en ese momento a cubrirnos una niebla espesa y me dijo:
– A la niebla no hay que hacerle caso; no se puede luchar contra ella. Sólo esperar y dejar que pase y cuando pasa, podemos nuevamente ver con claridad; comprobamos que todo sigue igual que antes.
La niebla comenzó a disiparse y entonces continuó: El segundo consejo sería que sólo tienes que dejar que las cosas ocurran; serenamente, desde la confianza absoluta, sabiendo lo que hay, aunque en esos momentos no seas capaz de ver. Confía, en que todo lo que tenga que llegar a ti, el Universo lo pondrá a tu alcance… sólo tienes que estar despierta.
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