El primer paso en una práctica espìritual es aprender a salir de la mente y centrarme en la inteligencia del corazón. Si tengo en cuenta de que yo no soy mi Mente, seré Observador de mi mismo y estaré atento a sus trampas. Porque sé que la Mente, si no la someto a mi Yo Superior, puede llegar a ser mi peor enemigo.
Si seguimos las enseñanzas de un maestro, él nos ayudará a doblegar la mente inferior (Ego) … y eso duele… mucho. Pero debemos entender que las prácticas espirituales, como son la oración, la meditación, etc., deben hacerse enfocándose en el corazón; donde reside la Verdad y todos los valores eternos.
¿En qué medida estamos dispuestos a entregar nuestro amor propio -vanidoso y egoísta- por un Bien superior?
¿Somos conscientes de todas nuestras resistencias? ¿Y de todas nuestras justificaciones para no Ver ni OíR lo que dice nuestro corazón -nuestra Conciencia-?
Mientras uno está actuando desde la mente inferior existe el peligro de que justamente se desarrolle el Ego hasta el punto de exaltar la propia personalidad, distorcionando la mente las experiencias espirituales de tal manera que uno se sienta el salvador de la humanidad y padezca alusinaciones en este sentido … esto son casos extremos pero reales, la trampa más corriente es que la vanidad ciegue y bloquee el corazón, desarrollando una caridad y compasión mal entendida.
Estas son las trampas en el camino de la espiritualidad y unión con nuestro Yo Superior y con la Conciencia Superior Absoluta. El mismo Jesucristo sufrió tentaciones disfrazadas de muchas formas.
Seamos Observadores de nuestra Mente. Pongámosla a nuestro servicio. Desarrollemos el control mental, viviendo centrados en nuestro corazón.