Los niños aprenden a caminar cayéndose y levantándose cien veces, lo intentan una y otra vez hasta que lo consiguen. Su fuerza de voluntad va ligada al deseo de conquista. Su valentía no contempla la posibilidad de rendirse, la vida misma representa un desafío que viven con entusiasmo y desde una actitud de superación.
Un niño no tiene sentimientos de fracaso o culpa hasta que otro entremete esa idea en su cerebro. El castigo es una forma de educar al niño para hacerlo obediente: a través del miedo, la humillación o inculcándole una prudencia y ‘cordura’ excesiva.
Los pensamientos de miedo van apareciendo entonces como propios. Pero la realidad es que no lo son . El miedo y la falta de autoestima son introducidos desde fuera hasta que lo hacemos parte de nuestra identidad.
El miedo es el primer elemento que entra en la mente para confundirnos y hacernos dudar de nosotros mismos y de nuestras capacidades.
Borremos los miedos de nuestra mente. Volvamos a ser niños; cometiendo errores sin que eso suponga un sentimiento de fracaso. Vaciemos la mente de esa carga densa de minusvalía e incapacidad para que cada vez que nos caigamos nos volvamos a levantar sin frustrarnos, sin rendirnos.