No es fácil perdonar a quien nos ha hecho sufrir. Pero se hace necesario sanar las heridas emocionales, para poder continuar la vida desde la armonía y la paz con uno mismo. Y todo ello sólo es posible abriendo el corazón desde el perdón, en busca de la reconciliación con uno mismo.
El caso es que uno llega a la conclusión -en la madurez de la vida- de que no tenemos nada que perdonar.
En la adolescencia se piensa que las cosas son blancas o negras, que las decisiones se toman diciendo si o no, que las situaciones son fáciles de distinguir pues son buenas o malas, que existe la buena o mala suerte, y… pensando así, es como cometen el error de juzgar a los padres desde una visión parcial y superficial…
No les sirve conocer la explicación de que, por ejemplo, cuando niño, efectivamente la madre no pudo ocuparse de él porque estuvo con una hepatitis a punto de morirse y le llevó un año recuperarse y coger fuerzas para seguir viviendo… el ahora adolescente sólo tiene en cuenta su sufrimiento y sentido de abandono, y eso es normal.
Hoy en día muchísimos jóvenes dicen que no quieren tener hijos… y volvemos a la actitud del «si / no». Pero la vida no se resuelve así: «No tengo hijos y así no hago desgraciado a nadie y no soy responsable de ello…» … este es el razonamiento simple e inmaduro del me gusta, no me gusta, quiero, no quiero, bueno malo … Pero la vida tiene infinidad de matices y entramados… e inclusive podríamos decir que está la parte kármica …
El ser humano aprende muchas veces desde el error, el arrepentimiento, el conflicto. Es desde la experiencia y el riesgo como logra crecer como persona. Se hace buen padre y buena madre desde su inexperiencia como tal; cometiendo errores, corrigiendo patrones… es inevitable.
Pero muchos jóvenes no admiten ni perdonan el fallo en los padres y su resentimiento hacia ellos lo mantienen vivo en cada momento de sus vidas en que se sientan desgraciados o infelices ellos mismos… castigándoles por sus propias frustraciones, haciéndoles responsables -para siempre- de todos sus momentos malos… recordando machaconamente el que son víctimas de una infancia infeliz por esto o por aquello que ya han magnificado, enmarcado y colocado en el centro de sus vidas.
Jueces severos que no escuchan ni intentan comprender a la otra parte. Pero esa otra parte no es cualquiera: se trata de quien les dio la vida. De forma más o menos afortunada, con todo el sacrificio y buena voluntad que supone…también desde su inexperiencia, egoísmo, inconsciencia …. y también dentro del imparable vaiven que supone vivir sin que se les haya enseñado la difícil tarea de ser padres …
¿Quién soy yo para juzgar y conceder o no el perdón? Si mi corazón no es capaz de sentir ternura por quien me dio la vida, dejando a un lado todo lo circunstancial que la pudo hacer insufrible, al menos llevemos paz a nuestro corazón, aceptando lo que fue y liberándonos del dolor, a través de la aceptación.
Si no lo quieres hacer por ellos, al menos hazlo por tí mismo.
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