
Me ausenté de mi vida varios años. Tenía una situación tan insostenible y angustiosa que opté por desertar. Me marché desde la ceguera que da la desesperanza. Temerosa de lo que podría encontrar más delante, di marcha atrás.
Arrinconé en mi interior una imagen de mí que me resultaba pesada y falsa. Se hacía insoportable seguir con ella.
Reconozco que fue una huida y que siempre es la cobardía quien te ordena desaparecer, de ti misma, en cualquier dirección, porque desconoces la correcta.
Mi mente, entonces, estaba expuesta en su fragilidad a ser invadida por pensamientos y sentimientos fantasmas, ajenos a mi misma y que me incapacitaban a pensar y a ser. Así que deserté, me rendí.
Y fui testigo pasivo; desde una apatía feroz -loca contradicción- mi alma se asomaba a observar la devastación que estaba creando en mí. El ego agonizaba…
Ahora sé que las crisis existenciales y los conflictos con el YO son necesarios en el proceso de encontrarse con uno mismo y lograr esa transformación dolorosa -de oruga a mariposa. Ese alumbramiento del Alma. Ese despertar de la Conciencia, que es Luz.
Por supuesto que requiere de valentía, de determinación, inclusive de confianza absoluta de que somos algo más que un cuerpo físico y una mente, de que es posible crear una conexión con lo divino dentro de nosotros.
Significa el comienzo del proceso de la autotransformación. Sintámoslo como una verdadera bendición.