Sabemos, pero a veces no queremos ver lo correcto. No interesa a una parte de nosotros y nos mentimos y mentimos a los demás.
Para algunos, su vida está hecha de tantas mentiras que ya no saben distinguirlas de las verdades. Se quejan de agotamiento físico y mental, lo achacan a esto y aquello y prueban un montón de remedios, pero nada sirve. Porque la raíz de su agotamiento, en estos casos, es la energía que se gasta en ocultar hechos o formas que tememos se sepan de nosotros.
Mentir puede ser por diferentes causas: La persona con mala fe, que es quien daña al otro mintiéndole para aprovecharse de él y no siente culpa por ello. Es el niño que culpa a otro mintiendo abiertamente y sin remordimiento de sus fechorías.
Mentir por hábito y de forma compulsiva. Empezó de niño tal vez a mentir por pequeñas cosas o a exagerar, y al ver que no pasaba nada, siguió mintiendo. Puede ser por miedo a ser castigado, a no ser querido, para ser admirado. Pero si no se corrige este mal hábito, siempre queda dentro esa insatisfacción consigo mismo.
Mentir por guardar una imagen. Camuflarse en la fantasía. O por el qué dirán. En algunos casos, más que mentir es callar. Callar y no salir en defensa de la verdad. Los secretos familiares que ya se inculca al niño a no hablar fuera de casa. Esos secretos de familia que los niños heredan y no entienden pero les resulta terroríficos. Crean desconfianza hacia el entorno. Nadie debe enterarse de las vergüenzas de la familia.
Y si no mentimos, qué pasará?… Haced la prueba. Estad una semana sin decir ni una pequeña mentira.
El corazón os lo agradecerá.