Nosotros pasamos por fases parecidas a las de la luna:
La fase del Ego donde la oscuridad domina y no somos capaces de ver la totalidad de nuestro Ser.
La fase del despertar de nuestra Conciencia y un hilillo de Luz nos deja ver nuestro interior. Comenzamos a vislumbrar…
La fase del buscador espiritual donde todavía no sabemos muy bien «qué» es lo que buscamos o qué se supone tenemos que encontrar, pero estamos en ello.
La fase del practicante espiritual, donde nuestra Luz y forma es creciente y concreta.
La fase del resplandor e irradiación de nuestra propia Luz… y como todo es cíclico y está en permanente movimiento, volvemos a comenzar, pero cada vez con más Conciencia, en un proceso ascendente e ilimitado.
Y volvemos a empezar pero cada vez se amplía nuestra capacidad de visión interior y nuestra perspectiva y la comprensión –de la vida y de nosotros mismos- se hace mayor.
Y ante nuevas situaciones difíciles que se nos presentan y que nos parece nos llevan al principio, nos damos cuenta que cada vez más tenemos una amplitud de miras más desarrollada, más capacidad y claridad mental, más sabiduría para gobernar los obstáculos, más confianza en nosotros mismos en todos los sentidos, …
Todo es cíclico en la Naturaleza y nosotros estamos dentro de ella. Nuestra libertad es la de poder evolucionar.
Estamos dentro de esta espiral energética que mueve permanentemente al Universo. Y esa misma poderosa energía se mueve también en nuestro interior, impulsándonos a que nos mantengamos sincronizados y sintonizados con “Ella”.
Esta energía primordial –que es también nuestra energía esencial- es la Energía del Amor Incondicional, que llamamos Dios.