Como terapeuta en Regresiones había aprendido una práctica que se llama «El Jardín Interior». Lo practiqué conmigo misma, de esto hace ya muchos años, durante bastantes meses. Me resultaba fácil entrar en una profunda relajación y adentrarme en mi subconsciente. Fueron vivencias increíbles. Llevaba un diario:
«Vuelvo a mi Jardín cada día al atardecer. Allí me espera el Maestro como siempre. Hoy también al verme me indica nos metamos en el hoyo que nos conduce “al otro lado”. Es una inmensa catacumbas y de su techo cuelgan largas sogas pues el suelo ni lo vemos de tan hondo que debe estar. Nos agarramos y nos balanceamos en las largas lianas; hacia atrás y hacia adelante, para coger impulso y saltar al otro lado donde está abierto hacia lo que parece la selva. En cada impulso decimos “no hay Verdad sino Dios”, “No hay divinidad sino Dios”, “no hay realidad sino Dios”… y finalmente nos soltamos dejándonos caer en el exterior, por la entrada de luz.
El tiempo es muy húmedo y con niebla allá afuera en la selva y recorremos como siempre ese estrecho sendero hacia las cataratas. Una vez allí hacemos la ablución y rezamos. Lo hacemos encima de “las Tablas de mi Destino”. Fijándome en todos los símbolos ahí dibujados, le pregunto a mi Maestro en qué momento concreto estoy y qué misión debo cumplir.
Él me dice: “Cada uno de nosotros debe ser un puntal de la Energía de Amor en el Universo. Debes ser un foco de amor, como una estrella. Si haces eso ya has cumplido. No hay más misión que esa para cada uno de los seres creados: difundir el amor siendo amorosos con los que nos rodean. Así de sencillo.
Las Tablas de mi Destino son amarillas y tienen como grandes cuadrados con un signo en cada uno de ellos que resultan extraños para mí. Nos disponemos a volver a mi Jardín pero le digo al Maestro que no me apetece hacerlo por el mismo camino que hemos venido y él me propone hacerlo volando por encima de la montaña que hemos cruzado por su interior.
– ¿Podemos? -le pregunto asombrada.
– ¡Por supuesto! -me responde. Y dicho y hecho, me siento volando como si llevase un tul azul muy largo encima de los hombros que es el que me mantiene en el aire y me lleva de vuelta a mi Jardín.
… Otro día bajé al Jardín como he ido vestida todo este invierno; de negro y con un pañuelo fucsia. Pero el Maestro solo verme hizo un gesto con la mano y me vi con un vestido blanco y me aconsejó que siempre fuese de blanco a partir de ahora.
Le dije que quería entrar en el Silencio y en un instante quedamos envueltos en unas nebulosas que nos elevaron entre colores azules y amarillos. No supe distinguir o saber en qué sitio estábamos. O si estábamos de pie tocando el suelo o boca abajo en el aire, o si estábamos los dos solos o había más gente, es más; ni tan siquiera sabía si teníamos cuerpo…
Cuando volvimos al Jardín, nos sentamos en medio del cuadrado amarillo, y una luz que venía de arriba me entró por la coronilla y me sujetó a la tierra.
Me dijo el Maestro que en mi interior ahora se había asentado el amarillo y eso quería decir que ya tenía que entrar en acción: Estar alerta y pendiente de mi conciencia, hacer lo que me indicase y después esperar. De mis hijos no debo preocuparme, me dijo, ellos deben andar su propio camino y por lo demás esperar confiada.