El Universo es ese magnífico árbol del que todos somos sus frutos. Si lo visionamos de forma panorámica, no de forma fragmentada, se relativizará la importancia que nos damos a nosotros mismos (a nuestro Ego).
Para entender de forma sencilla nuestra naturaleza podríamos compararnos a una almendra que vemos tiene varias capas que la protegen y que, para llegar al fruto, tenemos que romper la cáscara dura que la envuelve. Y así y todo, cuando llegamos a la almendra, todavía la reviste una fina piel .
El Ego vendría a ser nuestra cáscara más gruesa, que está en contacto con el exterior. Y lo normal y común es que se piense que no somos nada más que eso y que el único mundo que existe es el material.
Pero cuando nos hacemos conscientes y percibimos o intuimos que en nuestro interior existe «algo más» que por instantes nos hace vibrar o nos lleva -más allá de nuestra voluntad e imaginación- a estados sublimes de paz y bienestar, entonces comienza la búsqueda de ese algo innombrable que presentimos es nuestra esencia.
Esta andadura hacia nuestro interior nos llevará irremediablemente a encontrarnos con nuestra alma que está conectada con el Alma Universal. Sentiremos su palpitar y nos sincronizaremos con ella; primera expansión de nuestra Conciencia, al sentir la humanidad y el mundo como un todo holístico.
Es entonces cuando podemos vivir desde el Alma porque el Ego va perdiendo su fuerza y poder; florece nuestra conciencia y el fruto, ya maduro, se deshace de la dura cáscara.
El mundo físico es sólo una parte; ahora hemos integrado en nosotros -de forma muy viva- a todo el Universo; soles, estrellas y nosotros somos uno más. La densidad de la mente racional también se ha separado y hemos quedado en esencia quien somos.