
Existen experiencias dolorosas, difíciles, otras agradables, … pero ninguna es absurda o inútil a no ser que no saquemos un aprendizaje de ella.
Existen experiencias de vida que son elegidas y otras que nos vienen dadas …. pero ninguna es buena o mala, todo depende de la enseñanza, si ha sido aceptada y aprendida.
Particularmente, si pienso en mi vida y todas las dificultades que viví durante largo tiempo, con grandes esfuerzos de todo tipo, viviendo en países subdesarrollados, pasando muchas penalidades, y ahora, de vuelta a la «vida normal» que es vivir en esta burbuja de privilegiados como vivimos en Europa, fuera de la realidad de la gran mayoría de la humanidad en las que sus prioridades pasan por conseguir lo esencial del día a día.
Nada que ver con nuestras preocupaciones y deseos, nuestro sufrimiento y quejas, nuestra generosidad y valores, no tienen nada que ver con las gentes sencillas de corazón, que viven con austeridad extrema y su actitud ante la vida es de aceptación y humildad.
El haber viajado, no de turista, sino conviviendo con las gentes de los lugares, sea en el Mato Grosso de Brasil o en el barrio más pobre de Tánger en Marruecos o en Irán, … las personas humildes tienen una riqueza de corazón y una generosidad que nos es totalmente desconocida.
La solidaridad se hace imprescindible cuando a uno no le llega lo suficiente para sobrevivir. La pobreza material lleva necesariamente a construir la riqueza de la generosidad y del compartir.
El egoísmo y la codicia, hace que los corazones se endurezcan. Viajar y conocer otras realidades rompe las corazas del egoísmo.
Si no tomamos conciencia de quién somos y cuál es nuestro propósito de vida, nos convertimos en esclavos de las situaciones y el Sistema imperante.
Las experiencias se entrecruzan, nos amplían el horizonte de nosotros mismos, nos da autonomía y al mismo tiempo el dar y no tener miedo de compartir nos lleva al siguiente estado evolutivo de nuestro Ser.