
Lo que une a las personas no sólo ni siempre es el amor puro. Existen inconscientemente los apegos, la manipulación emocional, los miedos, la ofuscación y el deslumbramiento de los necesitados de afecto y aprobación.
Hemos pasado de ser individuos revolucionarios a ser un colectivo de depresivos sumisos. Nos está comiendo vivos la ansiedad y el estrés. Y lo aceptamos como algo inevitable, que sucede a muchos … y ni siquiera se nos ocurre enfrentarnos al hecho de qué provocó o desencadenó el conflicto mental y emocional en nosotros.
Se han girado las tortas y ya no hay una injusticia sentida en común sino que el sufrimiento y la infelicidad es un asunto exclusivamente privado y sólo se contempla como un fracaso individual que asumimos pasivamente o cargándonos de un sentimiento de culpa soterrado.
¿Está toda la verdad en la visión fría de la historia personal que conocemos de una persona o será más verdad lo que está más allá de lo aparente y debería ser contemplada desde la comprensión y el amor?
¿Cómo es posible que nos sintamos en el derecho de enjuiciar y condenar a otro si no somos imparciales y ni tan siquiera somos conocedores de su historia íntima? Es más, cómo hacemos eso si nosotros mismos estamos en una situación parecida, de desencanto e imperfección.
¿Qué nos separa? El desconocimiento de nosotros mismos. El desconocimiento de nuestra capacidad de amar-nos y ser solidarios y compasivos con los demás.
¿Qué nos une? Aunque la mayoría todavía no es consciente de ello, nos une el deseo íntimo de amar-nos y ser solidarios y compasivos con los demás.