Medir las fuerzas

Viviendo en la Naturaleza la vida tienen otro ritmo y sabor, inclusive otras perspectivas e ideales. Vivíamos en comunidad cinco familias en la Sierra Aitana, en Alicante, en una Reserva de animales. Más que nada teníamos a nuestro cuidado unos 60 monos que vivían en libertad formando varios clanes. De ellos aprendimos muchas cosas, -a base de cometer errores- desde nuestra ignorancia y sentimiento de superioridad.

Una de las mujeres con la que compartía esta extraordinaria vivencia territorial era Elma. Era una mujer de 45 años con una personalidad muy fuerte. Ella dominaba el clan que habíamos formado. Me gustaba de ella su originalidad y espontaneidad. Pero chocamos alguna vez, de forma muy educada, al no dejarme manipular por ella. Nuestros desacuerdos estaban todavía por hablar y resolver.

Me acuerdo de una tarde, que estábamos las dos limpiando el restaurante. Habíamos retirado las mesas y las sillas para limpiar mejor. No sé cómo pero empezamos a jugar en el gran espacio que había quedado libre y sin premeditarlo nos transformamos en monos. No los imitábamos, no, hicimos una transformación perfecta y medimos nuestras fuerzas en un simulacro de lucha que, al igual que hacen ellos, es más bien de gritos y gestos amenazantes sin llegar a más pero en el que se esclarece quien es más poderoso. Resoplábamos, nos mirábamos a los ojos desafiantes, pegábamos saltos, hacíamos gestos provocativos de alarde de nuestra fuerza, sacamos fuera toda nuestra frustración lanzando unos gritos al aire muy elocuentes. Eran momentos al principio de gran tensión que fueron cediendo al puro divertimento.

Al final, cuando terminó la parodia, sudorosas y jadeando, nos dimos un abrazo muertas de risa.