
La vida misma es mi amiga y compañera. Así lo siento. Para definir la vida hay que sentirla.
Todo tiene vida y está interrelacionado. Todo cobra vida cuando estamos atentos. Todo el espacio que respiramos está cargado de vida.
Entonces, si soy consciente de ello y mi Conciencia está despierta, percibiendo la vida en cada suceso, en cada parpadeo y respiración, me siento vibrante y en sintonía con mi alrededor.
La vida me muestra y me recuerda muchas veces de que estoy viva; me facilita lo que yo necesito para crecer. Ya no me resisto a vivir lo que ella me brinda. Me fue dada mi «porción» de vida y la hice mía en principio, la metí en un molde y la programé, la discipliné y la sometí; ese fue el error.
Ahora, una vez entendí que ella es mi maestra porque ella es muchísimo más que mi inteligencia finita y muchísimo más que mi capacidad de comprensión y sólo ella me puede enseñar la sabiduría de la vida, la he liberado y al mismo tiempo fluyo en ella, desde la confianza absoluta.
La vida en sí es impersonal en su pureza. Es cuando la domesticamos que la constreñimos a un espacio cuadriculado sin horizonte, llamado YO.
Cuando nos apropiamos de la vida, se apaga el sol interior, deja de manar la Fuente, desaparecen nuestras alas y perdemos la capacidad de admirar la belleza de la Madre Tierra.
La vida, si le permitimos hacer, nos deja ver los milagros como algo cotidiano.
La vida, cuando nos sonríe, expande nuestros cinco sentidos y nos sentimos plenos, sólo por el hecho de estar vivos.
No tiene que ver con nuestra condición o situación externa. La vida se lleva dentro y se siente a flor de piel y en el corazón. La vida es infinita, va más allá del espacio-tiempo.
Lo demás es subsistir.