De forma instintiva el ser humano siempre tuvo la tendencia a unirse a otros. A agruparse en clanes y tribus. A mantener fuertes los lazos familiares. La necesidad de protegerse hacía que se valorase, por encima de todo, lo que los hacía iguales.
Pero ahora, contrariamente, somos individuos desgajados, desmembrados, sin interés o sentimiento que busque esa unidad. Hemos olvidado lo que significa para el corazón sentirse protegido y apoyado por un grupo. Es más, curiosamente se ha puesto en los animales de compañía esa fidelidad y amor incondicional que antes se tenía de los más allegados por consanguinidad o por ideales religiosos-patriotas-políticos compartidos.
El valor de la unidad y el sentimiento de solidaridad y hermandad se han ido perdiendo en el tiempo. Es triste reconocer que nos deshumanizamos.
¿Qué hacer para revertir esta situación? La humanidad formamos un todo indivisible. Lo que nos amalgama es el AMOR. Cuando éste se pierde o corrompe es cuando surge la disolución de nuestra calidad y cualidad como humanos. Mirar al otro como a un extraño es un error de percepción.
Pongámonos en pie y abramos los ojos. Salgamos de la parcela del Yo que hemos creado egoístamente y miremos a quienes están en nuestro alrededor como iguales (los mismos miedos, los mismos deseos de ser aceptado y amado). Demos lo mejor de nosotros mismos. ¿Podemos ayudar en algo? … siendo amables y respetuosos, es un buen comienzo.
Abramos el corazón, ensanchemos nuestra mente. Abracemos a nuestros hermanos.