«Aquellos que desean cantar siempre encuentran una canción»
Había dejado de creer que la vida tenía sentido y por eso le reté al destino y me lancé a la aventura. A los pocos días de llegar a Ibiza tuve una experiencia que me marcó con fuego el corazón para siempre. Era agosto de 1978.
Me habían prestado por diez días una casita minúscula en lo alto de Ibiza capital donde vivían principalmente las prostitutas. Este era el plazo de tiempo que me di a mi misma para encontrar trabajo o si no me volvería a mi vida anterior.
Subía y bajaba cada mañana buscando trabajo, empujando el cochecito de mi hijo de un año y acompañada por mi hija Kamala que ya tenía casi 7 años. Recién me había separado de mi marido. No tenía dinero pero sí una fuerte decisión de conseguir mi propósito de quedarme allí a vivir y salir adelante con mis hijos. Por las noches oía el llanto de los niños que sus mamás habían dejado solos para poder ir a ‘trabajar’. La miseria humana también tiene voz y rompía el silencio de la noche arañándome los oídos. Era horrible.
Pero yo no permitía que nada ni nadie debilitase mi determinación y a esos que me decían “pero si estamos a mediados de temporada, es imposible encontrar trabajo ahora”, ni les escuchaba.
Ya en la novena noche, cuando mis hijos se habían dormido, llegué al fondo de mi resistencia y sentí, asustada, -muy asustada-, que mi mente me iba a llevar a la locura. Me di cuenta que era un ser frágil y dependiente… ¿con qué contaba yo para salir de tal naufragio?
Había creído, que era una cuestión de libertad e independencia lo que yo necesitaba para desarrollarme como persona y ser feliz. Eran los demás los que me obstaculizaban mi camino. Pero ahora me daba cuenta que desde la fantasía no iba a llegar a ningún sitio. Aparecieron en mi mente muchas preguntas que no supe responder. Y ante ese vacío inmenso, que me produjo vértigo, me puse a rezar.
Estaba aterrorizada. No me acordaba cómo era la oración del Padre Nuestro. Comencé nerviosa de forma torpe, parándome una y otra vez y volviendo a empezar. Luego, la repetí sin detenerme, una y otra vez, durante horas, hasta que pude acallar mi mente y mi corazón se sosegó. El día siguiente era mi último día para encontrar trabajo. Así estaba decidido desde el principio.
Toda esta situación que yo había creado, era mucho más profunda y vital de lo que aparentaba ser. Iba más allá del tiempo que yo había marcado y del lugar que yo había elegido como escenario para ‘encontrar mi libertad’.
A la mañana siguiente, iba yo por la acera con la mente ocupada en mis cosas, con mis dos hijos, cuando oí que detrás de mí alguien me llamaba.
– ¿Es a mí? –le pregunté al girarme con gesto de sorpresa a una mujer que estaba a media calle.
– ¡Sí! ¿Estás buscando trabajo?
– Si –contesté lentamente llena de asombro mientras me acercaba a ella.
– Sube al primer piso de ese edificio. Hay un hombre alemán que busca una secretaria… la que tenía se acaba de despedir. Han discutido.
Sinceramente, yo miré disimuladamente a la espalda de la mujer, para ver si tenía alas de ángel. Para mí no había otra explicación y fue a partir de ahí, como dije antes, que mi vida, realmente, comenzó a cambiar.