Me pasó una vez, haciendo poco que había llegado a España como «emigrante retornada», recién cumplidos 14 años y con un fuerte acento cubano, cuando me fui a una entrevista de trabajo, en Barcelona.
Era para ocupar el puesto de telefonista en el periódico El Correo Catalán. Yo nunca había hablado catalán, pero me era familiar porque mi madre, siendo catalana, muchas veces nos hablaba y nos cantaba canciones catalanas.
Total que me entrevista el director, hablándome en catalán, y yo me atreví a contestarle en su idioma. De pronto su comportamiento me pareció muy extraño porque le veo agacharse como buscando algo en un cajón del escritorio. Me daba la impresión de que metía literalmente la cabeza dentro del cajón, haciendo unos ruidos muy raros.
Como cada vez que yo le hablaba -en catalán con mi acento cubano- él metía la cabeza en el cajón, yo estaba muy curiosa de saber qué le pasaba.
Sus ojos estaban llorosos y parecía que le costaba hablar. Finalmente me confesó que hacía mucho tiempo que no se reía tanto y tan a gusto. Me contrató, … algo vería en mi. Osadía dijo.