Cuando era adolescente vivía muy confundida, me decía «sé que sé pero no sé qué es lo que sé». Era un sentimiento muy fuerte de certeza aunque, fuese lo que fuese, estaba muy escondido y lo único que me creaba era angustia. Sin guía, me dejé llevar por la Mente y crecí desde la soberbia.
Ahora, ya en mi tercera edad, puedo decir «sé que sé, pero es lo innombrable».
Comencé la andadura del camino espiritual hace ya cerca de cuarenta años; buscaba la respuesta, desde un impulso y anhelo superior a mí misma. Todo lo que pasé fue necesario para poder llegar hasta el maestro y reconocerlo. Hoy puedo ver desde fuera todo el proceso y transformación en mí; primero viviéndolo desde la expectativa y la exigencia. Totalmente posicionada en el Ego. Desde la inconsciencia a creerme con el derecho a ser atendida y reconocida, desde una actitud mental y egoísta, de resistencia.
Ahora, todo ha cambiado en mí -y soy la primera sorprendida- porque el proceso de «auto-realización» es tan gradual y sutil que, en cada tramo en que se va desvelando el Alma, surge una nueva perspectiva y el entendimiento se ensancha a medida que se va deshilvanando el ego … y miro mi interior, despejado ya de creencias e ilusiones vanas … Veo al «personaje» y siento el Alma.
Como dice la canción de Violeta Parra «distingo perfectamente el negro del blanco …» no como colores, sino la oscuridad de la Luz. Hoy sé que estoy posicionada en el corazón y sostenida por el Alma. Y eso es lo que me ha llevado al estado de paz interior.
Acepto. Me siento agradecida.

El conflicto y el sufrimiento se crean a nivel mental. El dolor puede ser a nivel físico pero también se filtra emocionalmente en el corazón. Más profundo está el tormento del Alma, cuando queda desconectada de lo divino en su Ser o queda interrumpido el flujo del Alma de la persona que ama o de la Divinidad misma.
La mujer toma el Poder, se posiciona, saca su fuerza y sus talentos. Todo ello, en muchas de ellas, sin haberse primero sacudido de encima los patrones que la sujetan a tener un mismo comportamiento «machista» del que se impregnó toda su vida, el que maldice pero es su única referencia.
De forma instintiva el ser humano siempre tuvo la tendencia a unirse a otros. A agruparse en clanes y tribus. A mantener fuertes los lazos familiares. La necesidad de protegerse hacía que se valorase, por encima de todo, lo que los hacía iguales.
¿Quién tiene la culpa? Otro tiene la culpa. El que yo me sienta desgraciado, infeliz, incomprendido, maltratado, otro tiene la culpa.
La clave para no engañarnos a nosotros mismos, cuando tenemos un deseo profundo y sincero, es estar atentos a que nuestra mente no esconda ningún interés egoísta que mancille el propio deseo. Lo que se anhela debe estar libre de codicia, vanidad o que detrás del mismo deseo no haya la intención de obtener algún otro provecho.
A la suerte la consideramos fortuita, casual… fuera totalmente de nuestro control. Nos aprovechamos de ella para justificarnos, decimos «he tenido mala suerte». O actuamos sin muestras de gratitud diciendo «qué buena suerte» … y todo queda ahí, sin saber ver las señales de ayudas y `pruebas a veces muy difíciles que el Universo y por Ley de la Naturaleza se nos otorgan para que tomemos Conciencia y avancemos como humanos y divinos que somos.
Para que haya éxito a cualquier nivel y en cualquier campo en nuestra vida, hace falta un por ciento de varias cosas bien combinadas:
Cuando hago la meditación, entro en mi mundo astral y bajo a mi Jardín interior donde está esperándome mi Maestro. Esta anécdota, como todo lo relacionado con mi Maestro interior, es de muchos años atrás pero está grabado en mi corazón.
El Mundo de las Apariencias está en nuestra mente inferior. Trascenderlo, cruzarlo y salir de él, significa haber alcanzado la Intuición para comenzar una nueva etapa desde la Conciencia, como Observadora de sí misma y de la Realidad.