Seguir ciegamente las creencias de otros nos puede llevar al despropósito. Intentar dominar el ego y sus desatinos desde una mente obcecada lleva al fracaso. Una mente fantasiosa, confabulada con un ego insensato convencido de su superioridad, siempre tiene lista alguna trampa mental para burlar las buenas intenciones de esa parte del cerebro que intuye el desvarío.
La mente que no sabe pensar y no es capaz de discernir tiene siempre preparada una maniobra para que desistamos de nuestros planes de cambios; debilitando nuestra voluntad y creando inseguridad sobre nuestras capacidades y valores.
Desde la apariencia de razonamientos válidos, una mente aprisionada por un ego exaltado y un orgullo desmedido, justifica la cerrazón de creerse dueño de la verdad, no permitiéndose ceder ni tolerar ningún cambio.
La mente que no es capaz de reflexionar, nos hace creer que somos dueños de nuestra vida pero en realidad lo que hace es crearnos complejos:
Creemos que el control de la mente lo conseguimos reprimiendo nuestros sentimientos o avasallando a los demás; trampa fatídica que nos acompleja.
Creemos que la «ACEPTACIÓN» es tener una actitud servil hacia el otro, debilitando nuestra identidad; otra trampa de la mente.
Para todos aquellos que están siguiendo un camino espiritual desde la mente, que son creyentes sometidos a prácticas religiosas férreas y rigurosas; corren el peligro de caer en la trampa del complejo de superioridad.
Si realmente deseamos lograr la auto-realización y la paz interior, tengamos presente que la Mente debiera ser el primer discípulo del Alma.