El dolor del alma y el dolor del corazón creados por el desamor (el desencuentro con nuestro Ser) es una energía que actúa como las olas del mar golpeando las rocas; las olas rompen con fuerza contra las rocas, quitando sus aristas, redondeando y alisando su aspereza .
Debido a nuestra ignorancia y resistencia, el dolor nos es necesario para crecer como humanos; nos saca de la distracción y el alejamiento de nuestra esencia y razón de ser.
El dolor es pues el combustible que nos impulsa a anhelar la Verdad y salir de la inconsciencia. El dolor, curiosamente, nos vuelve agradecidos y mansos.
Pero en nuestra torpeza y necedad, en lugar de eso, lo envolvemos en sufrimiento, magnificando la queja, quedándonos bloqueados en el victimismo, desviando toda nuestra energía para enredarnos en situaciones conflictivas.
El sufrimiento estanca nuestro cuerpo emocional, lo embota. El sufrimiento es alimentado por una mente débil que no sabe gestionar las situaciones, alargando la agonía al no decidirse a enfrentar los problemas, por no sentirse capaz de ello.
El DOLOR ocurre en el corazón espiritual. Reconocerlo es reconocer que nos duele nuestra pequeñez. No huyamos de nosotros mismos; el dolor nos acerca a nuestra divinidad porque nos hace entregarnos y rendirnos a las Fuerzas Superiores -a Dios-.
Llegado a este punto, se rasgan los velos de nuestra ignorancia y soberbia. La entrega es dulce. Las heridas del alma y el corazón se sanan desde el AMOR.