
Me sentía bloqueada a todos los niveles; no conseguía salir de una apatía que me fastidiaba. No tenía suficiente energía y me sentía embotada. Algo no estaba bien, lo intuía.
Y así fue como días más tarde, al levantarme y sentarme a escribir, noté que no tenía fuerza en el brazo ni en la mano… poco después estaba yendo al hospital y me ingresaron en la UCI con el diagnóstico de infarto cerebral.
Estuve allí siete días. Mis hijos inmediatamente hicieron acto de presencia y me arroparon. Mi hemisferio izquierdo había sufrido daño y tenía el lado derecho de mi cuerpo sin coordinación y muy debilitado.
No perdí el ánimo. Mi compañera de habitación se encargó de ponérmelo a prueba, las veinticuatro horas. Ella tenía todas las enfermedades del mundo y le inyectaban morfina por los dolores tremendos que padecía pero eso no le impedía hablar sin parar.
Me contó su vida a través de la cortina que nos separaba y que yo no permití en ningún momento que se descorriesen. Drama y tragedia desde la niñez de esta mujer que yo calculaba tendría unos 60 años como máximo..
Ella no perdía detalle de las conversaciones de las personas que me venían a visitar. A los pocos días ya reconocía las voces, los llamaba por su nombre y se adelantaba a contarles cómo me encontraba yo …
Comencé a enseñarle cómo respirar, relajarse y a estar en silencio. Aceptaba amablemente cuando le decía «ahora vamos a estar en silencio un rato» …
El penúltimo día de estar allí vino el neurólogo a visitarnos. Cuando le tocó su turno, el médico le dijo que tenía quehacer un esfuerzo por levantarse e intentar caminar o acabaría en una Residencia. Ella comenzó a gritar «¡antes muerta!» una y otra vez. El médico se marchó sin conseguir convencerla de que se levantase y con el andador diese unos pasos.
Yo la veía a trasluz de la cortina. Le dije varias veces bien alto «¡cobarde!» … «prefiere rendirse antes que intentar caminar» … y le solté otras parrafadas … «se pasa todo el día quejándose por eso no la viene a visitar nadie … sólo la oigo exigir a las enfermeras que la atienden sin pizca de agradecimiento…. ¡demuestre que tiene fuerza de voluntad!»
De pronto veo que se ha bajado de la cama y está dando unos pasos y le grito «¡Mujer, agárrese al andador! Y comienzo a animarla emocionada.
El día que me dieron el alta, antes de marcharme cruce la cortina que nos separaba y la saludé con cariño porque habíamos tenido tiempo para compartir historias sin disimulos ni falsedades y eso une.
Al final, puedo decir que fue una gran experiencia.