Me ha venido a la memoria cuando nos fuimos a vivir al campo en unas condiciones de extrema pobreza material pero con muchas ilusiones. No contábamos con ningún apero de labranza, quizás un par de azadones, pero así y todo, además de una huerta, sembramos un campo de habas para alimentar unas cuantas cabras que teníamos.
Alrededor había dos familias vecinas que desde que nos instalamos allí nos miraban con desconfianza…
Cuando llegó la hora de trillar la cosecha y ya la habíamos llevado a nuestra pequeña era, le pedimos prestado al vecino el mulo, pero éste se negó. Tuvimos la idea de hacer la trilla con nuestro coche panda. Los niños disfrutaron como si fuese una fiesta.
A la hora de aventar, le pedimos al otro vecino nos prestasen las palas para separar la paja pero también se negó.
Mi marido entró en la casa diciendo que así era imposible seguir. Tampoco hacia ni pizca de viento como ayuda. Pero en mí estaba la resolución de recoger la cosecha que tanto esfuerzo nos había costado y con las manos comencé a tirar hacia arriba la paja lo más alto que daban mis fuerzas mientras lanzaba gritos «guerreros»… enseguida mis hijos me imitaron.
Curiosamente comenzó a levantarse una brisa que cada vez se hizo más fuerte y nosotros reíamos fuerte viendo como la paja volaba y el grano caía a nuestros pies.
Era ya el atardecer y paramos dispuestos a seguir al día siguiente. Por la mañana temprano cuando salimos a nuestra pequeña era vimos con asombro que los vecinos habían dejado allí los aperos necesarios para la trilla… y así fue como pudimos terminar de recoger cinco sacos de habas secas para nuestras cabras.
Creer en la propia fuerza ayuda a crearla. Y lo mejor de ésto es comprobar que la Naturaleza te apoya.
Si tienes una certeza en tu corazón, nunca te rindas, la Naturaleza y el Universo son los mejores proveedores y aliados.