
Dijo el filósofo Sartre «Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace».
Si reducimos las expectativas a cero, podemos ver con claridad lo que tenemos que hacer para nuestro mayor beneficio. Cuando quedamos al descubierto, sin adornos ni disfraces, esa es nuestra cruda realidad y a ella debemos enfrentarnos.
Yo no he sabido hacerlo, lo digo de antemano, toda mi vida me dejé llevar impulsivamente por la fantasía y la inconsciencia. Reconozco lo hice mal, más que nada porque arrastré a mis hijos en mis desvaríos .
Ya por fin, después de cargar durante muchos años con un profundo sentimiento de culpa, he podido liberarme y enmendar mi carácter que, aunque sigue siendo díscolo y torpe, con la edad se ha ido moderando.
Convivo con mi hermano que es dos años mayor que yo. Para él todo es perfecto y nada es un error. Dicho así puede malinterpretarse. Yo he aprendido que si no nos cuestionamos y corregimos nuestra actuación no hay avance. Es después de haber procesado una situación cuando podemos ver que fue perfecta para nuestro aprendizaje. Es cuando conseguimos transformar el error en enseñanza cuando se convierte en válido lo ocurrido.


El miedo a actuar que padecen tantísimas personas, condicionadas por su poca auto-estima y por una equivocada valoración de sí mismas, les hace poner toda su energía vital en complacer y agradar a los demás. Muchas veces, obligados a una amabilidad servil, que esconde su frustración.


