Los grandes santos de todos los tiempos, que han estado en comunión con la Divinidad y han alcanzado ver la Realidad han asegurado que este mundo es inconsistente e irreal.
Pretender salir del mundo ilusorio que fabrica la mente inferior desde la misma mente es un absurdo inútil y desgastante. Hay un cuento indio que nos deja ver la diferenciación entre lo real y lo irreal:
Viajaba en cierta ocasión un prestigioso sabio de Bombay a Madrás, en uno de esos trenes imposibles en los que personas, animales y cosas se mezclan en una compleja y abigarrada camaradería típicamente hindú.
En el mismo vagón de nuestro sabio se sentaba un individuo de mediana edad y de aspecto estrambótico, que llevaba apoyado en las rodillas un canastillo cuidadosamente cerrado.
De vez en cuando, el hombre abría con precaución el cesto, contemplaba con atención su contenido y volvía a cerrarlo meticulosamente.
Tras repetir un sinfín de veces la consabida maniobra, el sabio se sintió presa de la curiosidad y preguntó a su compañero de viaje qué era lo que guardaba con tanto cuidado en su canasto.
– Se trata de una pequeña mangosta -confesó el viajero-. Como usted sabrá, es un animalito muy fiero capaz de enfrentarse a toda clase de serpientes. Lo llevo permanentemente conmigo porque -y en este momento el hombre bajó con discreción el tono de voz-, verá usted, yo soy alcohólico, y en los accesos de delirium trémens que padezco, me protege de los ataques de esos malditos bichos.
Al escuchar tales palabras el sabio no pudo evitar una sonrisa de superioridad.
– Pero usted debe saber, buen hombre, que en su caso las serpientes son completamente imaginarias – le dijo.
En el rostro del viajero se plasmó una amable sonrisa.
– Claro que lo sé -repuso- pero la mangosta también.