Por pura casualidad los conocí y oí que buscaban una familia para compartir casa y trabajo y yo salté impulsivamente, ofreciéndome. Ellos se quedaron mirándome un tanto asustados, y balbuceando me dijeron «en realidad pensábamos en una pareja…» quizás porque vieron mi cara de desencanto, me prometieron que se lo iban a pensar y me responderían. ¡Después de varios días la respuesta fue afirmativa!
Fue la época más feliz de mi vida. Yo tenía 34 años. Divorciada con tres hijos. Julio y Elma era un matrimonio que tenía 4 hijos y vivían en la Sierra Aitana. Formábamos una gran familia. No hubo nunca una discusión entre nosotros. Todo asunto que tuviese que ver con el dinero lo manejaban ellos, aunque se tratase de comprar la ropa que hiciese falta para mis hijos. Lo poco que yo tenía se lo entregaba a ellos. Y así era feliz. Nos repartíamos todos los trabajos de la casa y el campo. Hacíamos el pan, mermeladas, recolectábamos la manzana y la almendra, cuidábamos de la huerta… hacer todo eso me gustaba muchísimo, pero sobre todo, me llenaba el paisaje. Nunca me sentí sola y mis hijos también eran felices.
El caserón estaba en lo alto de una montaña y desde ahí, como si de un palco privilegiado se tratase, teníamos una vista inmensa hasta el horizonte. Había un enorme y antiquísimo aljibe y Julio se había hecho construir unos molinos de viento para tener luz. En invierno nevaba pero la casa tenía una muy buena instalación de calefacción. ¿Qué más se podía pedir?
Julio y Elma seguían las enseñanzas de un Baba de Indonesia. Hacían un ejercicio muy sencillo dos o tres veces por semana de “conexión” con las fuerzas celestiales o con el Ser Supremo, como cada uno quisiera llamarlo. La cosa era muy libre y no requería hacer ningún juramento o comprometerse a nada así que cuando Julio me preguntó si me quería unir con ellos a hacer el Látija le dije que si por curiosidad más que nada.
No había un lugar preestablecido, a veces nos íbamos a la era, debajo de las estrellas o también en el mirador que estaba más recogido y había unos asientos de piedra o dentro de la casa si hacía mal tiempo y los niños ya estaban acostados, daba igual el lugar. No había ceremonias ni rituales ni nadie dirigía ninguna oración colectiva, simplemente cada cual vaciaba su mente y pedía a Dios sentir Su presencia. A partir de ahí cada uno vivía su propia experiencia.
La vivencia más fuerte que yo tuve es muy difícil ponerle palabras sin empobrecerla. En mi interior, desde cada célula de mi cuerpo se dejó oír “ten confianza” y se iba grabando en mi corazón. Yo era una persona muy ignorante de todas estas cosas espirituales. Cosas que podríamos llamar paranormales ya me habían ocurrido alguna vez pero yo simplemente dejaba que ocurriesen, me maravillaba, pero luego no les prestaba más atención.
Comencé a sentir presión diariamente en el entrecejo -mucho después me enteré que ese punto también es llamado «Tercer Ojo» y tiene que ver con la Intuición. Cada vez se hizo más presente en mí pues era como si tuviese algo clavado ahí. Durante más de un año lo estuve sintiendo con fuerza y ya me resultaba agradable cuando me acostumbré a esa presión. Quise averiguar qué significaba pero no obtuve ninguna respuesta que me resonase.
Han tenido que ocurrir tantas cosas en mi vida para llegar a entender y visualizar todo el puzzle de mi vida. Y poder finalmente VER que todo tiene una razón de ser y está ligado a lo siguiente por suceder. Resistirnos a las energías que mueven los acontecimientos crea sufrimiento. Confiar, aceptar y fluir nos proporciona paz interior.
Estar atentos, siendo Observadores de nosotros mismos, nos permite actuar con conocimiento de causa; sabiendo que toda causa tiene un efecto, para así actuar con conciencia y responsabilidad.
Somos energía. Somos moldeados, llevados … Ondeamos en distintas dimensiones… tenemos que relativizar lo que está en la superficie para así bucear en las aguas profundas del entendimiento de la vida.