Anécdotas

bosque amarilloEra el año 1982. Salió una oferta de explotar un Parque Natural de reserva de animales que había en lo alto de la Sierra Aitana, en Alicante. El lugar era paradisíaco. Y las personas que se necesitaban para cubrir los trabajos del restaurante y mantenimiento de los animales y terreno aparecieron en poco tiempo.

Yo, con mis hijos, fui la primera en ir a vivir al lugar. Elegí una casita de madera prefabricada que estaba algo escondida en el bosque fuera del recinto del Parque. La casa, estaba en lo alto de una colina así que desde ella podía divisar parte del parque; un pequeño lago donde los animales; ponis, ciervos y un par de camellos, iban allí a beber.

Éramos cinco familias las que decidimos vivir y trabajar en ese Parque Natural de forma altruista. Ninguno iba a tener un sueldo. El lugar iba a estar abierto para que grupos de personas viniesen de acampada. Estábamos, además, abiertos a asumir cualquier “misión” que se nos encomendase. Leíamos la Biblia y practicábamos un ejercicio de un Baba indonesio, con el que pretendíamos trascender la mente y así recibir energías superiores, dicho en pocas palabras.

En Aitana los niños crecían como animalillos salvajes aunque felices pero sin que yo tuviese prácticamente tiempo para dedicarme a ellos. Mi mala memoria es culpable de no poder anotar ahora las anécdotas de entonces, que fueron muchas, pero la que más recuerdo, por el susto tan grande que me causó, fue cuando Mon se perdió.

Estaba yo atendiendo la barra del bar y él siempre jugueteaba a mí alrededor y de pronto me di cuenta que no estaba dentro del establecimiento. Era para asustarse pues afuera merodeaban sueltos unos sesenta monos que, aunque los turistas riesen sus gracias, nosotros sabíamos muy bien que había que andarse con cuidado con ellos.

Salí corriendo en su búsqueda, llamándole, pero no le encontré por los alrededores.
Me adentré en la zona cercana a las vallas limítrofes que estaban muy tupidas por arbustos y árboles. ¡Allí estaba! Dormido plácidamente bajo un árbol. Tenía menos de dos años. Me paré en seco en cuanto lo divisé, respiré profundo y paseé mi vista lentamente por la escena tan hermosa que tenia ante mis ojos.

La Naturaleza brinda protección a sus criaturas. La energía de las plantas, de los árboles, de la tierra, y hasta la luz que asomaba entre el alto follaje, se entrelazaba para dar cobijo a Mon.

*****

La extensión del Parque era grandiosa. Lo que nos llevaba más de cabeza eran los monos. Ya bastante tarde entendimos que como no se los alimente adecuadamente y con puntualidad pueden hacer grandes destrozos y empezar a cambiar sus comportamientos. Y eso fue lo que tuvimos que sufrir; ellos y nosotros.

No recuerdo por qué el encargado de alimentarlos se relajó en sus obligaciones y los monos empezaron a molestarnos seriamente. Yo tuve que pedir prestada una escopeta de perdigones para poderlos mantener a raya cuando se les ocurría –en plan ataque indio- subir muy cautelosamente, agazapándose entre el follaje de los árboles, para destruirme el techo de mi casa. Eran unos momentos llenos de tensión pero me gustaba el juego que se creaba de ver quién sorprendía a quién.

Conocían perfectamente lo que era una escopeta y solo que te la pusieses en posición de disparar era suficiente para que se marchasen. Recuerdo un día que habían subido hasta mi casa, me escondí y me acerqué por detrás lentamente del que parecía ser el jefe. Sin hacer ruido, atenta de no ser descubierta, me acerqué.

Estaba de espaldas pero de pronto giró la cabeza y nuestras miradas se cruzaron… y medimos nuestras fuerzas. Él dignamente aceptó su derrota y se largó. No volvió nunca más a molestarme.

Saboreé mi victoria mientras valoraba y reconocía la inteligencia pero sobretodo la dignidad con que se rindió mi adversario.

Vivir integrada en la Naturaleza

animales monosViví durante un año con mis hijos en una reserva natural de animales; el Parque Natural Aitana.  Además de unos sesenta monos habían un par de camellos, elefantes,  avestruces, venados, ponys,  jirafas y algunos otros que ahora no recuerdo.

La extensión del Parque era grandiosa. Yo a veces cogía el coche para ir a ducharme a las instalaciones que se habían adecuado dentro del recinto de animales, por donde acostumbraban pacer los yaks, pues en mi casa prefabricada de madera  -en medio de una montaña- tenía muy poca agua. Todo estaba acondicionado para que viniese la gente a acampar y lo de las duchas y retretes las habíamos puesto por exigirlo la Ley pero el sitio en realidad era totalmente salvaje.

Eramos cinco familias de procedencia urbana, románticas e idealistas, con muchas ganas de vivir en la Naturaleza. No había ni sueldos ni horarios de trabajo. Todo funcionaba tal como habíamos planeado, en principio, lo único  que nos llevaba más de cabeza eran los monos. Ya bastante tarde entendimos que como no se los alimente adecuadamente y con puntualidad pueden hacer grandes destrozos y comienzan  a cambiar su comportamiento. Y eso fue lo que tuvimos que sufrir; ellos y nosotros.

No recuerdo por qué el encargado de alimentarlos se relajó en sus obligaciones y los monos empezaron a molestarnos seriamente. Yo tuve que pedir prestada una escopeta de perdigones para poderlos mantener a raya cuando se les ocurría –en plan ataque indio- subir muy cautelosamente,  agazapándose entre el follaje de los árboles, para destruirme el techo de mi casa. Eran unos momentos llenos de tensión pero me gustaba el juego que se creaba de ver quién sorprendía a quién.

Conocían perfectamente lo que era una escopeta y solo que te la pusieses en posición de disparar era suficiente para que se marchasen.  Recuerdo un día que habían subido hasta mi casa, me escondí y me acerqué lentamente al que parecía el jefe, sin hacer ruido, atenta de no ser descubierta. Él estaba de espaldas y al girar la vista y mirarnos a los ojos, él perfectamente aceptó que le había pillado y se largó.

Un día nos vinieron a avisar que todos los monos se habían marchado al pueblo más cercano, a varios kilómetros de allí. Nos dijeron estaban haciendo destrozos en el cementerio y en los patios de las casas. La gente estaba indignada y despotricando contra nosotros.

Consultando aquí y allá qué se podía hacer para traerlos de vuelta nos aconsejaron fuéramos a buscar a tal hembra del zoológico de Elche o Alicante, no me acuerdo, que sería la única que con seguridad atraería al jefe de los monos y detrás de él le seguirían los demás, Así se hizo, lo que llevó varias horas de tensión pero al traerlos de vuelta hubo tal batalla campal entre ellos por asunto de territorios y hembras que cuando finalmente se reagruparon y marcaron nuevamente sus territorios vimos con gran dolor, habían heridos graves y el terror estaba reflejado en los viejos, las madres y los más pequeños.

Eran escenas escalofriantes. Su comportamiento exactamente igual como si fuesen seres humanos; sufrían, tenían miedo, se consolaban y protegían.  Convivir y tratar con estos animales, al menos para mí, supuso una enseñanza muy valiosa.

Teníamos que aprender a vivir en la Naturaleza, integrarnos en ella desde la humildad, sentirla viva y respetar el territorio de cada especie.

Agradecida por cada amanecer y puesta de sol que nos regalaba la Naturaleza. Sintiendo como sagrada la tierra que pisábamos, la lluvia, el viento … no existía el sentimiento de soledad o hastío.  Aprendíamos a ver y a escuchar más allá de nosotros mismos.