Nuestro cuerpo mental-emocional configuran un arcoiris en el que en un extremo está lo positivo (paz y equilibrio) y en el otro lo negativo (miedos y confusión).
En este arco, en su extremo positivo en el que nacemos, todo lo circunstancial que nos trastorna y no sabemos resolver va minando esa base estable donde nos sostenemos y comienza a desordenarse. Lo no resuelto que nos afectó se convierte en traumas.
A medida que el arco va llegando arriba en la fase de la adolescencia, podrían aflorar los trastornos de la personalidad; tensiones y rigidez tanto físicos como de caracter.
Si seguimos sin hacernos conscientes de nuestros problemas y tomamos por «normal» el no sentirnos felices y a gusto con nosotros mismos podría aumentar nuestro estado de insatisfacción y frustración hacia la ansiedad y depresión.
Y ya, en el declive de la corvatura del arco, comenzarían a manifestarse las crisis obsesivas, las fobias, hasta las paranoias, psicopatías, etc.
Los Miedos forman un remolino que va tomando fuerza, si no nos enfrentamos a ellos, hasta covertirse en un huracán imparable y destructor. Dentro de él se van aglutinando la ansiedad, la angustia, la resignación, la apatía, la irritabilidad, la ira, la rabia, la baja autoestima, el insomnio, las fobias, la depresión, el aislamiento, la culpabilidad…
Es desde un diagnóstico holístico que se puede ir a la raíz del problema para poder transformar y disolver todas las perturbaciones físicas y los bloqueos emocionales desde la comprensión de los mismos. Es desde la responsabilidad de tener una actitud positiva, de aceptación y adaptación, que se eliminan las resistencias inconscientes a la sanación… probablemente por la baja autoestima y sentimientos de culpabilidad que producen constricción en el ánimo y en el corazón de quien lo sufre.
