
La vida se da por resuelta cuando ya no tienes nada que perdonar ni nada por lo que pedir perdón. Cuando estás en paz contigo mismo. Cuando te amas en la tranquilidad de haber saldado todas tus deudas.
Porque una vez resuelto lo pendiente, queda sin cargas nuestro presente para simplemente ya sólo ser testigo, protagonista y observador del momento, sin afección, sin carga, sin juicio.
Viviendo al día ya no hay nada que perdonar. Aceptamos la realidad que nos ha tocado vivir. ¡que gran alivio! Nuestra Mente en el presente, con pocos pensamientos. Vacía de reproches por el pasado y sin ningún tipo de miedos por el futuro.
Tampoco esperamos ser perdonados -ese no es problema nuestro. Nuestra responsabilidad es no repetir errores; sacar un aprendizaje de lo vivido en nuestro proceso evolutivo.
Cuestionarnos cada noche cómo ha transcurrido nuestro día a día liberará nuestra Mente de pensamientos inútiles; podremos dormir tranquilos siendo agradecidos.
Sintámonos cómodos con la vida y con nosotros mismos. Desde el ejercicio de recapitulación podremos extender nuestra sonrisa mil kilómetros a la redonda y más, de manera abierta, accesible y franca.
Somos UNO.

