
Hablando con mi hermano sobre cómo hemos llevado nuestras vidas, le dije con convicción «he sido valiente» y él asintió. No hacía falta dijese mucho más, no hablaba desde el ego -y él lo entendió así- sino desde el reconocimiento de haber vivido una vida intensa y fuera de lo común.
Mi corazón a lo largo de los años se ha llenado de certezas, después de haber logrado atravesar todo un desierto de incertidumbres e inconsciencia. No haber tenido miedo a nada no es un valor mío, la valentía es un valor que no me atribuyo, me fue dado y la he usado la mayoría de las veces de forma alocada.
Porque no tener miedo a nada también tiene sus desventajas: eres demasiado lanzado a asomarte a cualquier precipicio… y está el riesgo de caer. O te aventuras en relaciones nefastas por imprudencia e impulsividad. O provocas a la suerte desde el orgullo desmedido y la prepotencia. O no quieres escuchar la voz interior que te advierte del peligro pero tu Mente se resiste a escuchar.
Cada cual tiene su naturaleza y su particular esencia con la que ya viene a este mundo. Reconocerla, cuidarla y darle su sitio para que florezca es nuestro deber para con nosotros mismos. Siempre pensando y actuando por el bien común.
Siempre desde el término medio, la templanza, que es la postura más sabia.

