
Cuando la luna llena, las almas salen al encuentro del amor, pero muchas de ellas son atraídas por el Vacío y la belleza de la Nada.
En las noches de luna llena, las emociones se disparan creando y magnificando los dramas. El sentimiento de soledad se hace tormentoso.
El azul blanquecino que desprende la luna más la vibración algo lúgubre que emite el universo esas noches -una monótona e hipnótica musicalidad- hacen propicia que las sombras parezcan maléficas.
Las noches de luna llena son dominadas por el inconsciente, por la parte oscura de nuestro ser, que entonces se siente valiente de salir al exterior para dejar suelta su melancolía y su idealización del mundo.
La luna llena nos afecta de pleno a las personas muy sensibles. Hace desplegar la imaginación y la intuición. Hace captar sentimientos de otros y nos hace percibir pensamientos que están en el espacio, vete tu a saber de quién.
Pero, ya sabiéndolo que es así, una y otra luna llena, nos relajamos y esas noches solo somos Observadores de su misterio, sin dejarnos atrapar por su belleza.

Es necesario crear estabilidad en nuestra vida y dejar que las emociones fluyan; que entren y salgan, que ninguna de ellas quede estancada en nosotros y termine creando problemas. La mente que no es creativa es rígida, sin embargo desde la mente intuitiva fluimos.
El ser humano lleva inscrito en su instinto, códigos y modelos de conducta. Estos arquetipos o estructuras anímicas, están en el inconsciente colectivo, y existe una similitud en todas las razas y culturas. Algunos hábitos de conducta pueden ser patrones heredados y no ayuda para nada el justificarnos diciendo «yo soy así o soy igual que mi padre».