Mentir como hábito

Es curioso pero no existe una palabra como opuesta a MENTIR, en ningún idioma según he leído. El contrario sería DECIR LA VERDAD.

Uno de los trabajos semanales en el curso de Entrenamiento para la Nueva Conciencia que creé hace ya bastantes años, era ser Observador de uno mismo para tomar consciencia, del valor de decir la verdad. Cada vez que se decía una mentira, inmediatamente -aunque fuese mentalmente- cambiarla por la verdad.

Por ejemplo, lo más trivial que todos hemos vivido, si nos llaman por teléfono para vendernos algo, no salir con la excusa de decir «ahora mismo no me va bien, llámeme más adelante» si en realidad lo que queremos decir -con amabilidad- es «no tengo ningún interés en comprarlo, muchas gracias«.

Y no pasa nada por decir lo que sentimos si lo decimos con respeto. Parece una tontería, un juego de palabras sin valor, pero de tres cosas os vais a sorprender y mucho si lo hacéis durante veintiún día:

Primero, nos sentiremos aliviados mentalmente. Os daréis cuenta de la cantidad de pequeñas mentiras que decimos al día, sin darle ninguna importancia, pensando que eso no nos afecta a nosotros ni a la otra persona. Mentirijillas blancas, que utilizamos para disfrazar la verdad de lo que pensamos y decimos.

Segundo, El gran alivio mental que sentiremos de no estar, siquiera inconscientemente, alertas a que se descubra el engaño, por pequeño e inofensivo que parezca.

Tercero, Cada falsedad se convierte en una mancha oscura en el corazón. Al principio es muy pequeñita, pero en la medida en que se hace normal el mentir o simplemente falsear la verdad, -disimular la verdad- llega a convertirse en un hábito en nosotros, justamente porque no le damos importancia o por miedo a que nos recriminen, esa mancha se hace cada vez más grande. Al final, ya no sabemos distinguir la verdad de la mentira… pero sentimos un peso en el corazón qué no sabemos a qué achacarlo.

No tengamos miedo a ser más auténticos. Más veraces al mostrar quienes somos. Eso nos hace seres dignos, impecables. Seamos defensores de nuestra verdad, esa es la mejor manera de irradiar Luz. Para que los demás confíen en nosotros, por nuestra autenticidad.

Ser uno mismo.

Para conocernos a nosotros mismos debe despertar la Conciencia. Debe estar presente la intención del Observador en nosotros.

Uno mismo es quien es desde el Ser que lo habita. Pero este Ser -nuestra Alma y Espíritu- está bajo tantas capas de condicionamientos, restricciones sociales, limitaciones educativas, religiosas, etc., que en la mayoría de los casos no se le llega a conocer en vida.

Quien somos en esencia, se distingue principalmente por los valores más elevados; la impecabilidad. Impecable es lo que no tiene defecto alguno.

Te vuelves impecable cuando conoces y crees en el poder de tu Ser. Y cuando sientes esa fuerza interior y la reconoces como tal, es cuando te vuelves impecable. No tiene nada que ver con la Mente; no se razona, se es. Muchos hablan de «empoderamiento» pero lo hacen desde el Ego y eso es desastroso.

La impecabilidad trata de salvaguardar tu dignidad humana, quien eres, tu ser esencial; sin doblegarla, ni venderla, ni cederla, por nada.

Ella no tiene nada que ver con tu orgullo personal que viene del ego/mente. No se trata de servir intereses o perseguir éxitos materiales. Hablamos de valores que están muy por encima del ser humano común y corriente, estos valores perteneces al Alma y al Espíritu; a la Conciencia Superior.

Reflexionemos sobre ello. Movámonos hacia nuestro interior.