
El que se enfada tiene derecho a manifestar sus razones pero para hacerlo de manera que no se exceda su reacción en palabras hirientes o decisiones precipitadas, a veces decidir hacer una pausa de reflexión es lo más indicado hasta que vuelva la calma y la mente y el corazón hayan sanado sus heridas, muchas veces magnificadas por el ego. Porque cuando uno se enfada, es como si le hubiese dado permiso al otro a molestarle, accediese a sentirse agraviado. Si no fuese así, cuando uno disiente del comportamiento del otro, lo habla y soluciona las desavenencias sin que le produzca un enfado exagerado, sobre todo cuando hay amor. O sea, el problema de cuánto me enfado está en uno mismo.
Si los demás implicados tienen buen juicio (y amor) deben confiar que la cordura volverá en su momento, cuando haya solucionado en sí mismo el problema. Aceptar su decisión de retirada y respetar su tiempo y espacio, sin pretender entender ni juzgar las decisiones del ofendido es una actitud sabia, igual que el perdonar.
Cada conflicto es con uno mismo y cada quien debe resolverlo en sí mismo, para su crecimiento personal.
Por lo demás, sobran las interpretaciones de juicio. No es necesario posicionarse en alianzas sino que cada cual observará en su interior, de forma lo más impersonal posible, para que la verdad salga a la Luz y aporte a cada uno lo que le corresponda por justicia, una vez calmadas las aguas.
¿Qué es lo que me ha molestado tanto? Toda solución se vuelve más fácil desde el Amor y cada crisis resuelta aporta bondad a los corazones.
