
El Tiempo existe mientras vivamos en él. Y en ese transcurrir, no nos engañemos, el Tiempo manda, tiene el Poder. Puede ser caprichoso y cruel o por el contrario ser mágico e intensamente lírico, bello y mostrarnos su sabiduría.
Lo mejor y más inteligente es poder montarlo, cabalgar en él. Domarlo. Haciendo que nos lleve a donde nos plazca, aliado con nuestro Ser.
Ir montada en él, al trote, a galope y, a ratos, al paso, disfrutándolo. En perfecta sintonía y sincronicidad.
Al Tiempo ni se le ocurre detenerse o volver atrás. Ya no existe lo vivido, sólo queda en nosotros lo experimentado, ya asimilado. Pero lo que se refiere a los hechos, esos ya no existen.
El Tiempo no se rinde. Se calma pero no claudica. Siempre cambiante y a la vez, en esencia, el mismo.
El Tiempo puede producir deterioro si no se le atiende correctamente. Si no se le presta atención crea desgaste, tanto físico como mental. Pero, sabiendo ser positivo, el Tiempo es valiente, nos inspira, haciéndonos sentir seguros de nosotros mismos. Entonces, el Tiempo, hace de la vida un desafío valioso en el que nos sentimos capaces de salir airosos y sentirnos dichosos de tenerlo a favor.
