
Una de las cosas peores para tu autoestima es no tener argumentos para defenderte o simplemente poder dar una respuesta válida. Resulta ser que mis padres al casarse y por tener diferentes religiones (mi padre católico y mi madre deísta cristiana) decidieron no hablarnos sobre religiones ni nada que tuviese que ver con la espiritualidad, para no influenciarnos y que nosotros de mayores eligiésemos libremente lo que quisiésemos ser.
Bien hasta ahí con algunos peros. Lo grave sucede cuando tenía que decir en el colegio que éramos Deístas para así no tener que asistir a las clases de la religión católica. Un día en clase, la maestra con toda su buena intención, me preguntó delante de todos mis compañeros cómo era mi religión. No sabiendo que decir pues yo no sabía absolutamente nada, me quedé muda mirando el suelo. Dijese lo que dijese iba a ser una mentira, Y si optase por decir la verdad, iba a resultar ridícula y patética.
Y hay un hecho importante más para mi baja autoestima, tenía la desventaja de que mis amiguitas me mandasen al infierno (por no estar bautizada) si se enfadaban conmigo. De lo que tampoco me podía defender.
Mi niñez la viví en Cuba (desde los 3 a los 14 años). Después volvimos a Barcelona a vivir un nuevo suplicio (todo eso en mi mente pues jamás lo comenté a mis padres). Nada más llegar, mi padre me preguntó si quería continuar estudiando o ponerme a trabajar.
En Cuba la asignatura de Historia no contemplaba a los españoles de la conquista con buenos ojos ni tampoco a la iglesia católica. Una de las provincias de Cuba se llama Matanzas debido a la exterminación de los indios que sucedió en ese lugar en manos de los invasores. Todo eso, a mis 14 años, lo tenía presente en mi memoria y yo me sentía muy sensible a la justicia.
Bajo esa fatal perspectiva decidí no seguir estudiando, imaginándome lo peor, vivir la tortura del desprecio por mi condición de hereje. Así que a mi padre le dije escuetamente «me pondré a trabajar» y él simplemente asintió y me dejó sola, cavilando. Como pueden darse cuenta, mucha comunicación no había. ¿Quién me iba a levantar el ánimo?
Con mi acento cubano y mi aspecto de niña desvalida, entré a trabajar como telefonista en el periódico El Correo Catalán. De lunes a sábado, de 9 a 14 y de 16 a 20 horas. La vida me parecía miserable y me fui apagando. Y como en la familia cada uno estaba en lo suyo, pasé mi entrada a la adolescencia de manera desapercibida, sin pena ni gloria.
La escritura fue y es mi vía de escape. Y todo esto viene a cuento para hablar de la autoestima… difícil de conseguir pero no imposible. Hay que trabajárselo. Hay que cuestionarse para poder reconstruirse.








