
Siempre en la búsqueda como objetivo, me convertí al Islam y eso supuso como darle la vuelta a un calcetín; todo un reto inimaginable para mi Mente rebelde. Yo le había preguntado a un buen amigo mío que se había hecho musulmán si esa religión aseguraba la paz del corazón, que es lo que yo anhelaba profundamente.
Él me contestó que sí pero seguidamente añadió que él creía que yo no sería capaz de seguir sus normas. Eso picó mi curiosidad y mi orgullo, cuáles normas le pregunté. Las enumeró: no beber alcohol; yo no bebo alcohol. Rezar cinco veces al día, me quedé pensativa, puedo hacerlo, dije. No estar con otros hombres que no sea tu marido, me quedé pensativa, sin problema, respondí. Ir vestida cubriendo tu cuerpo y tu cabeza, me quedé pensativa, si eso me garantiza la paz, lo haré.
Cambié mi nombre. mi forma de vestir, mis hábitos. Comenzó toda una disciplina que, para un ser asilvestrado y rebelde como yo era, supuso un grandísimo esfuerzo. Pero en la comunidad en la que yo «crecí» las mujeres eran tan grandes de corazón, me arroparon tanto, que pude no sólo sobrevivir sino enriquecerme interiormente, gracias a ellas, a Dios y a mis ángeles.
Todavía hoy, 42 años después, nuestra conexión sigue viva y vibrante. Han sido y son las mujeres más admirables que he conocido. Independientemente de lo que son las instituciones religiosas y sus dirigentes, creo que ha sido la incuestionable Fe en una Conciencia Superior, la confianza absoluta en seguir un Plan y Orden Divino, además de la más sincera intención de entrega a realizar un Camino espiritual por el Bien Común, lo que nos ha unido por tantísimo tiempo, sin necesidad de cuestionarnos o debatir sobre el «mundo de las formas» de aquí abajo.
Pero faltaba aún explosionar más hasta llegar a la esencia del Ser.
continuaré mañana, si os apetece …
