
Como un jardín sin jardinero, así crecemos de manera inarmónica y asalvajada si no nos prestamos atención y cuidado. La belleza (nuestrta belleza interior) se hace invisible, se pierde. Nuestro jardín interior necesita también de un jardinero.
Una personalidad indisciplinada y sin propósito no ha recibido la educación y guía para atender y desarrollar sus talentos. Por ello es tan beneficioso el desarrollo del Observador en nosotros. Se trata de la habilidad de observarnos a nosotros mismos de manera imparcial para no caer en las justificaciones o las quejas, echándole siempre la culpa a los demás y a la mala suerte. Simplemente, poco a poco, podemos ir rectificando y puliendo nuestro carácter y personalidad para sembrar los valores y virtudes que nos son innatas.
La primera habilidad a conseguir es la de aprender a guardar silencio. No buscamos reconocimiento ni tener que dar explicaciones. Aprendemos a escuchar a los demás pero también aprendemos a escuchar nuestra voz interior.
La segunda habilidad es deshacerse de pensamientos que crean conflictos o que bajan nuestro ánimo y vibración. Aprendemos a dirigir la Mente hacia la positividad de pensamientos. Observando nuestros pensamientos, anulamos los pensamientos inútiles y los cambiamos conscientemente por un pensamiento positivo. La Mente se hace obediente y aprende a fluir positivamente,
La tercera habilidad es la de ser ecuánimes. Vamos a trabajarnos la envidia y la codicia. Una Mente condiciosa piensa que recibe menos de lo que merece y puede que de manera muy sutil esté envidiando a alguien de su alrededor. Sin darnos cuenta, que esos sentimientos llenan de veneno el corazón.
La gran satisfacción con nosotros mismos es comprobar que sí podemos conseguir todo lo que nos propongamos, dentro de nuestras limitaciones y realidad. Y con sorpresa nos damos cuenta de que ocupándonos de nosotros mismos, todo a nuestro alrededor se acomoda en el sitio que le corresponde.
